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martes, 16 de junio de 2015

Ni la escuela, ni la universidad, ni ningún otro centro educativo pueden sustituir la riqueza, potencialidad y versatilidad que proporciona la vida en familia. La educación académica  aporta los elementos técnicos y de cultura general, en términos de teorías, modelos y métodos, necesarios para el desempeño en el trabajo en nuestras organizaciones, y para múltiples orientaciones en la vida. 

Otras instancias de la sociedad, como los medios de comunicación y el estado, actúan como complemento de peso importante en el proceso formativo de los futuros ciudadanos; pero es la dinámica de la vida familiar la que deja la huella – la impronta – gravada a presión, con caracteres indelebles, en los individuos, a través de mapas, modelos, actitudes y comportamientos observados y vivenciados, aprendidos y codificados a lo largo de la vida en familia.



El hogar es el centro de formación, por excelencia, de los seres humanos.

 Es en el hogar, donde el auto – gobierno es desarrollado y practicado, porque es en el seno de la familia donde se forma el carácter del ser humano; su ética, sus valores, su sentido de responsabilidad, su apego a los valores ciudadanos, su compromiso con los ideales democráticos. En el hogar aprendemos a ser ciudadanos de primero o ciudadanos de segunda.



La verdadera moral y cívica, la que se forja de adentro hacia afuera; no la que se forma de afuera hacia adentro, producto de la observancia externa y el temor al rigor de las leyes, se forja en el seno del hogar. La escuela, la iglesia, el estado y la comunidad refuerzan este proceso, pero no pueden ser un sustituto de lo que sólo el hogar puede proveer. 


http://www.degerencia.com/articulo/el-poder-de-la-educacion-en-el-hogar